El mundo ha cambiado mucho desde que las naciones se unieron hace 50 años para aprobar la implantación de un chip en los cerebros de los neonatos, el cual permite la identificación de las personas y la regulación de actitudes y sentimientos que puedan desencadenar actos altamente violentos, a menos que nazcan para trabajar con el gobierno. Los robos, homicidios, genocidios y suicidios han disminuido en un 87%, lo que ha permitido redistribuir los recursos en la educación, la salud y el entretenimiento. Dice mi abuela que desde entonces la gente se ve mucho más feliz, pero no pienso igual que ella, pues he visto con mis propios ojos cuán cruel y abominable puede llegar a ser esa misma gente 'feliz'.
Cualquier ignorante piensa que los cerdos evolucionaron hasta ser como humanos, pero al no tener las facultades de una buena pronunciación o un alto coeficiente intelectual, nunca dejarán de ser inferiores. Nada más lejos de la realidad, pues el verdadero motivo de la existencia de esos pobres diablos humanoides se remonta a mediados del 2030, cuando muchas de las más grandes multinacionales ya incursionaban en la ingeniería genética en busca de modificar el genoma humano a través de potentes fármacos para hacernos resistentes a virus y bacterias mortales, y al tan temido cáncer. Sin embargo, esos fármacos nunca fueron aprobados por la FDA, y tuvieron terribles consecuencias para la humanidad: la incursión de un gen recesivo que se expresa fenotípicamente mediante rasgos como nariz, orejas y dentaduras de cerdo. Los seres humanos mutaron, y aquellos desdichados que se les discrimina llamándoles Cerdos, han tenido una vida de humillación y tortura pues no pueden suicidarse.
"La ciudad está aterrada por la presencia de un nuevo asesino serial. 50 años han pasado desde que se informó sobre el que parecía iba a ser el último caso de este tipo de atrocidades. La policía ha pedido a la ciudadanía mantener la calma y permanecer seguros en sus hogares. Noticias NCTN está en vivo desde el Parque Metropolitano Simón Bolívar, lugar en el que se encontraron los restos de la última víctima de este agresor, nuestra periodista Paula Benjumea informa desde el lugar de los hechos, ¿qué dicen las autoridades, Paula?
Cualquier ignorante piensa que los cerdos evolucionaron hasta ser como humanos, pero al no tener las facultades de una buena pronunciación o un alto coeficiente intelectual, nunca dejarán de ser inferiores. Nada más lejos de la realidad, pues el verdadero motivo de la existencia de esos pobres diablos humanoides se remonta a mediados del 2030, cuando muchas de las más grandes multinacionales ya incursionaban en la ingeniería genética en busca de modificar el genoma humano a través de potentes fármacos para hacernos resistentes a virus y bacterias mortales, y al tan temido cáncer. Sin embargo, esos fármacos nunca fueron aprobados por la FDA, y tuvieron terribles consecuencias para la humanidad: la incursión de un gen recesivo que se expresa fenotípicamente mediante rasgos como nariz, orejas y dentaduras de cerdo. Los seres humanos mutaron, y aquellos desdichados que se les discrimina llamándoles Cerdos, han tenido una vida de humillación y tortura pues no pueden suicidarse.
"La ciudad está aterrada por la presencia de un nuevo asesino serial. 50 años han pasado desde que se informó sobre el que parecía iba a ser el último caso de este tipo de atrocidades. La policía ha pedido a la ciudadanía mantener la calma y permanecer seguros en sus hogares. Noticias NCTN está en vivo desde el Parque Metropolitano Simón Bolívar, lugar en el que se encontraron los restos de la última víctima de este agresor, nuestra periodista Paula Benjumea informa desde el lugar de los hechos, ¿qué dicen las autoridades, Paula?
Buenas
noches, las autoridades informan que el cuerpo de la víctimas apareció
sentado y envuelto en bolsas plásticas al lado de uno de los árboles del
parque alrededor de las 3 pm del día de hoy. Se estima que llevaba
muerto varios días y el olor del cuerpo en descomposición fue lo que
alertó a los transeúntes que de inmediato llamaron a las autoridades.
Con este, ya son nueve muertos en total que se han encontrado en
condiciones similares en varios lugares de la ciudad. Los ojos, las
caras, los dientes, las manos y los pies han sido retirados
cuidadosamente de los cuerpos, por lo que ha sido difícil la
identificación de las víctimas y se ha tenido que recurrir a pruebas de
ADN. Las autoridades piden a la ciudadanía permanecer en calma y comunicarse al #123 ante cualquier...
9:00 p.m. Apagué el televisor. Estaba asustada porque vivo sola cerca de ese parque, y lo que menos quería era temer por mi vida o estar ansiosa.
Salí al balcón, más por rutina que por gusto, y fue entonces cuando vi a una persona sospechosa rondando el edificio. Respiré profundo, estaba paranoica, así que entré nuevamente al apartamento y tomé un vaso de agua, luego aseguré todas las ventanas, cerré con llave la puerta de vidrio del balcón y lo mismo hice con la de la entrada principal. Sentía culpa por ser una cobarde, así que pensé que tal vez estaba realmente afectada por la noticia. “Estoy en un quinto piso” me dije a mi misma para tranquilizarme.
Esa noche fue una de las peores noches de mi vida; cada vez que intentaba quedarme dormida, sentía que alguien se abalanzaba sobre mí para arrancarme la cara. Me levanté agitada y lo primero que miré fue el reloj, era media noche. Volví a tumbarme y me quedé por largo rato mirando al techo. Pensé en que si me hubiese quedado viendo que hacía ese sujeto, hubiese saciado mi curiosidad y ahora no estaría cavilando bajo la posibilidad de una amenaza. “Cobarde” pensé, así que decidí ir nuevamente al balcón para sanar mis dudas y poder dormir.
Me moví cautelosamente y sin encender ninguna luz, y antes de llegar a la sala, aún en la penumbra, me agaché horrorizada mientras veía a alguien parado en el balcón. “¡Maldita sea! ¡Maldita sea, me vio! ¡¿Me vio?!” pensé mientras intentaba no hiperventilar y no hacer ningún ruido. Me quedé en mi escondite mientras veía como el sujeto forcejeaba con la puerta del balcón. Todo mi cuerpo temblaba de pánico, mis manos sudaban y mi corazón estaba a punto de colapsar. Volví corriendo a mi cuarto y llamé a policía: —¡El asesino está parado en mi balcón!—. “Una patrulla va en camino” respondió la operadora.
Mientras tanto, aún en la oscuridad, mi psicosis hacía que escuchara los pasos de alguien dentro de mi apartamento. ¿Había podido abrir la puerta? ¿La había roto? ¿Sería esta mi última noche viva? De repente escuché voces de hombres, a lo que siguió un estruendo y muchos policías ingresaron a mi apartamento. Me sentí aliviada. Salí de mi escondite y encendí todas las luces, ―¿Usted fue la que llamó?― me preguntó uno de ellos mientras colocaba en mi frente uno de esos aparatos que usaban para obtener la información de mi chip ―Los niveles hormonales están dentro de los límites para la situación― dictaminó.
9:00 p.m. Apagué el televisor. Estaba asustada porque vivo sola cerca de ese parque, y lo que menos quería era temer por mi vida o estar ansiosa.
Salí al balcón, más por rutina que por gusto, y fue entonces cuando vi a una persona sospechosa rondando el edificio. Respiré profundo, estaba paranoica, así que entré nuevamente al apartamento y tomé un vaso de agua, luego aseguré todas las ventanas, cerré con llave la puerta de vidrio del balcón y lo mismo hice con la de la entrada principal. Sentía culpa por ser una cobarde, así que pensé que tal vez estaba realmente afectada por la noticia. “Estoy en un quinto piso” me dije a mi misma para tranquilizarme.
Esa noche fue una de las peores noches de mi vida; cada vez que intentaba quedarme dormida, sentía que alguien se abalanzaba sobre mí para arrancarme la cara. Me levanté agitada y lo primero que miré fue el reloj, era media noche. Volví a tumbarme y me quedé por largo rato mirando al techo. Pensé en que si me hubiese quedado viendo que hacía ese sujeto, hubiese saciado mi curiosidad y ahora no estaría cavilando bajo la posibilidad de una amenaza. “Cobarde” pensé, así que decidí ir nuevamente al balcón para sanar mis dudas y poder dormir.
Me moví cautelosamente y sin encender ninguna luz, y antes de llegar a la sala, aún en la penumbra, me agaché horrorizada mientras veía a alguien parado en el balcón. “¡Maldita sea! ¡Maldita sea, me vio! ¡¿Me vio?!” pensé mientras intentaba no hiperventilar y no hacer ningún ruido. Me quedé en mi escondite mientras veía como el sujeto forcejeaba con la puerta del balcón. Todo mi cuerpo temblaba de pánico, mis manos sudaban y mi corazón estaba a punto de colapsar. Volví corriendo a mi cuarto y llamé a policía: —¡El asesino está parado en mi balcón!—. “Una patrulla va en camino” respondió la operadora.
Mientras tanto, aún en la oscuridad, mi psicosis hacía que escuchara los pasos de alguien dentro de mi apartamento. ¿Había podido abrir la puerta? ¿La había roto? ¿Sería esta mi última noche viva? De repente escuché voces de hombres, a lo que siguió un estruendo y muchos policías ingresaron a mi apartamento. Me sentí aliviada. Salí de mi escondite y encendí todas las luces, ―¿Usted fue la que llamó?― me preguntó uno de ellos mientras colocaba en mi frente uno de esos aparatos que usaban para obtener la información de mi chip ―Los niveles hormonales están dentro de los límites para la situación― dictaminó.
Revisaron
todo el lugar y no encontraron nada extraño. La puerta de
vidrio seguía cerrada y sin signos de ser forzada, por lo que
descartaron que el sujeto estuviera dentro del apartamento. Poco a poco
fui recuperando mi tranquilidad, me sentí segura y me felicité a mi
misma por haber sido tan precavida. Luego de un rato, todos se fueron,
salvo un par de agentes que prometieron quedarse patrullando el edificio
por dentro y por fuera. Nuevamente en mi habitación, revisé mi closet,
el baño y debajo de la cama, y cerré con seguro la puerta. Me preparé
para dormir, pero mi paranoia no me permitió cerrar los ojos.
Desde mi cama podía notar como el reloj era iluminado por una luz amarilla que venía del exterior, escuchaba los autos distantes, el sonido de las manecillas que pasaban muy lentamente, el de mi propio latido, y todo eso me dio la sensación de estar en la eternidad. De pronto, vi en el reloj la sombra de lo que parecía ser una cuerda y luego una gran sombra bajando por ella. Me levanté de inmediato, me vestí con lo primero que saqué del closet, tomé mi celular y las llaves, y corrí fuera para avisar a los agentes pero ya no estaban. Fue entonces cuando mis dientes rechinaron de coraje y decidí perseguir a esa persona por mi propia cuenta sin considerar por un instante el peligro. Ya no temía por mi vida, estaba molesta por haber perdido la tranquilidad que me habían garantizado desde mi nacimiento, estaba molesta y un poco excitada también, debo aceptar que todo aquello me generaba un sentimiento extraño de euforia. Así que bajé a toda prisa y divisé al sujeto atravesando la calle, iba corriendo y llevaba la cuerda y una bolsa negra abultada en su mano derecha.
Desde mi cama podía notar como el reloj era iluminado por una luz amarilla que venía del exterior, escuchaba los autos distantes, el sonido de las manecillas que pasaban muy lentamente, el de mi propio latido, y todo eso me dio la sensación de estar en la eternidad. De pronto, vi en el reloj la sombra de lo que parecía ser una cuerda y luego una gran sombra bajando por ella. Me levanté de inmediato, me vestí con lo primero que saqué del closet, tomé mi celular y las llaves, y corrí fuera para avisar a los agentes pero ya no estaban. Fue entonces cuando mis dientes rechinaron de coraje y decidí perseguir a esa persona por mi propia cuenta sin considerar por un instante el peligro. Ya no temía por mi vida, estaba molesta por haber perdido la tranquilidad que me habían garantizado desde mi nacimiento, estaba molesta y un poco excitada también, debo aceptar que todo aquello me generaba un sentimiento extraño de euforia. Así que bajé a toda prisa y divisé al sujeto atravesando la calle, iba corriendo y llevaba la cuerda y una bolsa negra abultada en su mano derecha.
No se por cuanto tiempo le perseguí, aún con el miedo de perder mi vida. Le perseguí hasta una modesta casa color verde claro, la cual tenía un pequeño jardín en la entrada y está cercada por una reja negra de un
metro de altura aproximadamente. El hombre entró apresurado por la
parte trasera, y yo escalé por unos arbustos hasta acercarme a una de las ventanas del segundo piso con la esperanza de poder ver al
interior. Al ver lo que vi, sentí mi sangre correr, mi arterias explotar, mis lagrimas correr: Era una habitación llena de máscaras humanas, todas
parecidas, y había un busto de la cabeza de un cerda infantil junto a una fotografía. De la bolsa
negra sacó la cabeza de mi vecina, que al parecer no fue tan
precavida como yo, y ahora le extirpó los ojos y la piel. ¡Quería vomitar! Él había estado usando a esas mujeres para hacer máscaras para su hija y pudo haber sido mi cabeza la nueva máscara de esa noche.
Al salir el sol, busqué un lugar seguro con la firme intensión de llamar a la policía, pero no pude evitar seguir vigilando. Al momento, de la casa salió una niña junto al asesino. Él era un tipo trigueño de facciones normales y delgado, y la niña lucía realmente hermosa con la tez clara de la piel de mi vecina.
Ambos sonreía mientras caminan agarrados tiernamente de la mano y
saludan a los transeúntes que respondían con una gran sonrisa también, sin la mínima sospecha del engaño. Él le enseñaba buenos modales a su hija de camino a la guardería, a pesar de ser una cerda, a pesar de que la niña llevaba puesta la evidencia de su crimen ¿Era eso amor?
Se despidió de su hija con un cariñoso beso y un fuerte abrazo, y luego subió a un auto clásico parqueado al final de la calle. Al poco tiempo, llegó un camión enorme y blanco que decía en letras azules “Refrigerado”. Se bajaron dos hombres vestidos de blanco y capturaron a la niña. Me quedé paralizada viendo la escena en la que ellos le inyectaban algo que hacía que sus brazos y piernas comenzarán a hincharse desmesuradamente. Yo simplemente no pude intervenir, y no se porqué no hice nada mientras la niña gritaba y lloraba por el dolor. La maestra y otros niños vinieron a auxiliarla, pero uno de los hombres le quitó la máscara y todos quedan horrorizados: ―¡Cerdo!― le gritaron algunos niños ―¡Castiguen a ese cerdo!―. Sentí el horror: los carniceros le amputaron las extremidades a la niña para venderla como carne de cerdo, pero no la anestesiaron ni la mataron. Conocí la crueldad: la gente presente auxilió a la niña y evitaron que se desangrase porque les divertía la idea de imaginar una cerda intentando superar tal tortura el resto de su vida. Mi propia crueldad: llamé a la policía y denuncié al asesino de mi vecina, su padre.
Se despidió de su hija con un cariñoso beso y un fuerte abrazo, y luego subió a un auto clásico parqueado al final de la calle. Al poco tiempo, llegó un camión enorme y blanco que decía en letras azules “Refrigerado”. Se bajaron dos hombres vestidos de blanco y capturaron a la niña. Me quedé paralizada viendo la escena en la que ellos le inyectaban algo que hacía que sus brazos y piernas comenzarán a hincharse desmesuradamente. Yo simplemente no pude intervenir, y no se porqué no hice nada mientras la niña gritaba y lloraba por el dolor. La maestra y otros niños vinieron a auxiliarla, pero uno de los hombres le quitó la máscara y todos quedan horrorizados: ―¡Cerdo!― le gritaron algunos niños ―¡Castiguen a ese cerdo!―. Sentí el horror: los carniceros le amputaron las extremidades a la niña para venderla como carne de cerdo, pero no la anestesiaron ni la mataron. Conocí la crueldad: la gente presente auxilió a la niña y evitaron que se desangrase porque les divertía la idea de imaginar una cerda intentando superar tal tortura el resto de su vida. Mi propia crueldad: llamé a la policía y denuncié al asesino de mi vecina, su padre.