Odiaba su mirada de reproche y todas las veces en que creí que me juzgaba, así que imaginé que le hundía los ojos con mis pulgares hasta sangrar y me gustó, me excitó. Imaginé que le arrancaba sus ojos para que no pudiera juzgarme nunca más. Pero luego empecé a imaginar su llanto, su dolor, su intento de protegerse y apartarse. Entonces empecé a llorar por él, por su desgracia. Cuando abrí mis ojos, descubrí que él sollozaba mientras se cubría la cara... y sentí, por primera vez, que le amaba... ―¿Qué he hecho?― pensé. Ya nunca más iba a ver sus ojos curiosos e inquietos. La luz de su alma la había apagado por un capricho desmesurado y pasajero. ―¡¿Qué he hecho?!― grité lamentándome, pidiendo clemencia a Dios y a mi amado, con la frime certeza de que ninguno de los dos nunca me concedería su perdón.
Sin pensarlo, decidí socorrerlo, pero él no quizo mi ayuda, así que llamé una ambulancia que no tardó en llegar. Lloraba sangre, pero jamás me denunció, fueron las autoridades las que se fijaron en mis uñas y ahora me han impedido verlo, alegando que soy un peligro para la sociedad y que deben juzgarme. Otra vez ese sentimiento. No quiero ser juzgada. No quiero vivir sin ver nuevamente a mi amado, sin poder cuidarle, sin saber de él. ¿De qué vale vivir si nunca más podré sentirlo? Sentirlo... su cabello, su risa, su olor, su piel, su voz grave y la manera en que decía mi nombre... mi nombre... he olvidado hasta mi propio nombre.
Sin pensarlo, decidí socorrerlo, pero él no quizo mi ayuda, así que llamé una ambulancia que no tardó en llegar. Lloraba sangre, pero jamás me denunció, fueron las autoridades las que se fijaron en mis uñas y ahora me han impedido verlo, alegando que soy un peligro para la sociedad y que deben juzgarme. Otra vez ese sentimiento. No quiero ser juzgada. No quiero vivir sin ver nuevamente a mi amado, sin poder cuidarle, sin saber de él. ¿De qué vale vivir si nunca más podré sentirlo? Sentirlo... su cabello, su risa, su olor, su piel, su voz grave y la manera en que decía mi nombre... mi nombre... he olvidado hasta mi propio nombre.
Él aún me ama, lo se. Lo sé porqué no fue él quien me denunció. Aún me sigo preguntando en las noches por qué le hice eso. Me lo pregunto todas las noches antes de dormir, como si fuera una oración, como si en el fondo guardara la esperanza de que él pudiera escucharme sin importar la distancia. Y ahora que usted conoce mi historía y el motivo por el cual estoy aquí, por el cual quiero salir de aquí ¿por qué ahora viene a decirme que él no existe y que nunca ha existido? ¡Miente! Yo le amo... yo le amo... y estoy segura que él me ama, que existe y me ama, y que cuando vuelva a sentir mi presencia no tendrá temor de mi. Usted, usted no debería mirarme así... usted no debería mirarme nunca más así... usted no debería mirarme nunca más...