domingo, septiembre 08, 2013

Somniloquía

Converso con un policía que ha matado a uno de mis compañeros por intentar hacer llorar a varias mujeres en el baño. A ojos de ustedes, esto les parecerá una perversidad, pero lo cierto es que en mi mundo los sentimientos considerados negativos, como el llanto, la desesperación y el estrés están catalogados como delitos sumamente graves, salvo la ira. Sin embargo, mientras la tensión se respira en todo el mundo debido a una posible tercera guerra mundial entre Estados Unidos (Obama aún siendo presidente) contra China (que no sabemos en qué momento se alió con Rusia), un grupo de rebeldes nos hemos unido para hacer salir a las personas de su letargo.

Volviendo a mi situación actual, se preguntarán que hace un policía hablándome, en vez de dispararme por la espalda, como lo ha hecho con mi compañero. Todo comenzó esta mañana, el primer colectivo que pasó no quiso recogerme, el señor que me vende café no quiso hacerlo hoy, y la exposición que tenía preparada para mi seminario se perdió junto a mi laptop, ocasionándome una mala nota en la Universidad junto con la humillación pública que el profesor encargado creyó que merecía. Esta mañana, Estados Unidos e Inglaterra se aliaron ante la amenaza de China de bombardear New York con armamento militar ruso, y aunque la noticia puso en vilo a las naciones que dependen económicamente de dichas potencias, no hubo una sola alma que expresara la desesperación que se respira públicamente; me vi rodeada entonces de rostros iracundos, sonrientes o estériles, incapaces de mostrar una emoción verdadera ante el suceso, y el ser consciente de todas esas cosas juntas, me hizo despertar.

(. . .)
No sé los pormenores del plan, puesto que yo solo estaba encargada de limpiar el baño y cerrar la reja con llave. Mi compañero, que era un tipo alto, moreno y gordo, era el encargado de suministrar la ‘experiencia emocional’. Todo iba bien en un principio, hasta que los que estaban dentro del baño se salieron de control en un gran alarido estridente de llantos, melancolías y desesperación, como si se hubiesen quemado por la claridad emocional y la liberación que hoy se les brindaba, o como si hubiesen bajado al mismo infierno.

En ese momento la policía llegó. Mi compañero salió corriendo precipitadamente hacia la puerta, hecho que lo delató rapidamente como el responsable del suceso. Un hombre que estaba frente a mí empezó a romper contra su cabeza cuatro botellas de cerveza, una por una, en una tonada de desesperación y sangre. La policía estaba consciente de que todas esas personas que se habían salido de control serían un potencial peligro para la sociedad puesto que ya eran libres de experimentar las emociones prohibidas, entonces las mató. Y yo los vi caer… lentamente. Vi a muchos compañeros ser atravesados por proyectiles mientras intentaban escapar, y a los otros implicados los vi correr mientras intentaban halarme. Empecé a llorar mientras huía, y sentí como las lágrimas me hinchaban los ojos. Nunca antes en mi vida había experimentado un sentimiento tan sincero y profundo. Fue sin duda, mucho mejor que las drogas.

Mientras tanto, dos policías nos seguían muy de cerca. Era de esperarse, pues ellos tienen mejor estado físico, resistencia y velocidad que cualquiera del común, incluso les practican neurocirugías para mantenerlos mental y emocionalmente estables. Con la imposibilidad de seguir corriendo, porque pareceríamos más sospechosos de lo que ya éramos, oculté mi rostro para que no vieran que había estado llorando. Una de mis compañeras se apresuró a darme sus lentes y un espray que contraía los vasos sanguíneos y relajaba los ojos, mientras otra se apresuraba a explicar a los policías que estábamos huyendo porque esa gente nos pareció desequilibrada y habíamos rechazado su conducta. No podíamos mostrar miedo, nostalgia, lástima, o cualquier otro sentimiento que pusiera en evidencia que entendíamos la situación. Uno de los policías pidió a los demás que se alejaran, y luego se acercó a mí con cara de cortesía, incluso compasión, para cuestionarme en tono amigable sobre mi reacción de desespero, claramente visible, durante los sucesos anteriores. Por mi inexperiencia, estuve a punto de decirle la verdad, y a confesar mi fascinación sobre el descubrimiento de semejantes sentimientos, cuando la misma compañera que me había prestado los lentes me gesticuló desde lejos como diciéndome “Es una trampa”.

Sentí miedo, un frio helado me recorrió la espalda mientras el policía me invitaba a sentarme a su lado, muy cerca de él por cierto. No podía escapar, no podía llorar, no podría mostrar el más mínimo gesto de intranquilidad, desespero o culpa. Entonces hablé, y para mi sorpresa, las palabras me salieron casi ininteligibles, como si tuviera la lengua pegada o estuviese hablando dormida. Parecía que sufría algún tipo de retraso mental. El policía extendió sus brazos por detrás de mi espalda y rodeó mi cintura, y con tono más paternal, acercándome más hacia él, me preguntó si en verdad usaba gafas o esas me las habían prestado. Él buscaba insistentemente en mi rostro y en mis ojos algún rastro de llanto o tristeza. Él buscaba la más mínima incoherencia en mi historia para tener un motivo para dispararme, y yo luchaba internamente para no dárselo. Respondí cada una de sus preguntas, le hablé sobre lo repetitivo y ajeno que me resultaba todo, y sobre la incapacidad de comprender la realidad, esto parecía complacerle mientras se acercaba aún más. Solo podía mirarle a los ojos, que me intimidaban por estar tan cerca de los míos, él lo notó y una última tetra, puso sus manos en mis senos, mientras decía con tono pervertido “Así que eres retrasada”. No demostré temor, aunque el temor me inundó porque estaba segura de que iba a abusar de su poder; me limité a mirar al piso y a distraer la mente, obviando el hecho de que tenía sus manos en mis senos y los acariciaba bruscamente. Al otro lado de la calle, mis compañeros miraban la escena con rostros tan inexpresivos que me desconcertaron, "¿Qué estarán pensando?" me pregunté. El otro policía se rió estrepitosamente, y manifestó su deseo de participar si algo más ocurría. El policía complacido por mi reacción, o más bien, la ausencia de esta, se puso en pie y dijo: —Es una chica sana, no hay nada más que buscar aquí— luego, pidió excusas por sus métodos poco ortodoxos y explicó que debía hacer lo todo lo que estuviera en sus manos, porque el orden de la sociedad no se establecía con sutilezas.